Allá detrás de la selva conocida, generaciones nuevas de comunidades ancestrales levantan vuelo sin salir del Pastaza. 

Esta es la breve historia de Ana e Isaias, miembros de la segunda generación de Shuars de la comunidad de Santa Barbara que se convirtieron al cristianismo y viven en un constante proceso de civilización, del verbo, casarse por la iglesia, zapatos de caucho y jeans. 

Isaías trabaja para su comunidad, trayendo decenas de turistas de todo el mundo a vivir por unas horas la experiencia Shuar, que incluye un viaje en bote a motor, recolección de frutos, bailes autóctonos y compartir la mesa grande, de papaya, pescado, guineo y cacao molido. Para los valientes, a la brasa, chontaduros que explotan en la mano, exponiendo una gota enorme de grasa, que para sorpresa de todos, sabe a chicharrón de cerdo.   

Luego del baile de los niños y la practica con cerbatana viene un recorrido río arriba a la isla Anaconda, su nombre no es juego, y la vida ahí parece unos minutos de Jumanji. Las casas tienen entre si varias cuadras imaginarias de distancia, entre ellas y hacía el bosque pequeños senderos y alambradas que separan las gallinas, niños y perros de los caimanes y cocodrilos. 

Es usual ver a los locales perseguir un caimán con un palo, luego de que alguna gallina con poco instinto de supervivencia se acercara demasiado al agua y termine corriendo por su vida. A los niños tampoco se los deja solos, y las casas, por el mismo efecto, se construyen con pilares hacía arriba unos 2 o 3 metros. 

Ana, de la isla Anaconda, es un guía de un centro de rehabilitación de animales silvestres en una de las orillas del Pastaza, ella, que habla 4 idiomas, asombra turistas con su fluido ingles o alemán, o su súper extenso conocimiento de la vida silvestre de la zona, los procesos de re-inserción o políticas internacionales para ese tipo de trabajos. 

Ella, con la calma de quien vive entre tormentas, lidera el recorrido e interactua como si fueran familia con mamíferos inmensos, silvestres y enjaulados, para todos los demás, el peaje de tal hazaña podría bien ser uno o dos dedos.    
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